Altiplano de Macereto. Estamos a 1000 metros de altura, en el corazón del Parque Nacional de los Montes Sibilinos. Este lugar ofrece una de las vistas más evocadoras de la Región de las Marcas. La explanada por un lado y el Santuario por el otro; todo rodeado por los fabulosos picos de nuestros Apeninos. Como fondo caballos, burros, vacas y ovejas que pastan. Puro encanto para los amantes de la naturaleza.

Es en este contexto, tan mágico como natural, que vive y trabaja Marco Scolastici. Primero estudiante, luego pastor cuando, lleno de incertidumbres sobre el futuro, decide dejar la capital donde estudiaba en la Facultad de Ciencias Económicas para volver a sus orígenes; a esa tierra que hasta su bisabuelo Vincenzo había amado tanto, que se había criado entre los pastos. Era el año 2016. Una vuelta a casa guiada por el amor por la tradición y la pasión por el oficio más antiguo de todos. Un viaje tan difícil como doloroso agravado por una tierra que, inesperadamente, comienza a temblar. El sentido común le decía que escapara, pero ese altiplano desconocido de la Región de las Marcas era la vida para él. Marco no podía abandonar las ovejas, los burros y sus perros. Entonces, cuando las repetidas sacudidas sísmicas dejan su casa inutilizable y amenazan con derrumbar los establos, monta una yurta mongola junto a la residencia y pasa allí el invierno.

“Afuera la nieve sigue cayendo en silencio. Es casi oscuro ahora. En la yurta, en cambio, hace calor. Tomo el último sorbo de la taza y me pongo la chaqueta para volver al trabajo. Los cíclopes, los terremotos y las tormentas hacen lo que tienen que hacer, soy Marco Scolastici y ya no salgo de mi Ítaca”.

Así lo cuenta en su libro «Una yurta en los Apeninos. Historia de un retorno y una resistencia”. Como el terremoto no habría sido el final de todo sino la oportunidad de un nuevo comienzo y su yurta un símbolo de renacimiento, esperanza y ganas de triunfar. Quedarse y vivir en una tierra, aunque sea arrasada, de una manera diferente con la conciencia de que nada volverá a ser como antes. Pasión, amor y mucha paciencia fueron los ingredientes de un retorno consciente y enriquecedor a la profesión más antigua de la historia. El pasado enseña y nos permite reinventar un futuro que no lo hubiéramos creído así. La expectativa es el concepto clave. Del bisabuelo, al abuelo y luego al padre. Una historia hecha de sacrificios, pasión y trabajo que tiene raíces profundas y abarca varias generaciones. Las tierras de Macereto fueron su Ítaca a la que, después de haber recorrido un largo camino, Marco volvió y decidió permanecer unido a ella.

Hoy, además de la cría de ovejas, caballos y vacas, también se ocupa del procesamiento. La quesería Scolastici, de hecho, es conocida por la producción de productos lácteos elaborados según la tradición y con leche exclusivamente de producción propia. En la explotación familiar, todo se controla desde dentro con vistas a una economía circular real y con especial atención al medio ambiente y los procesos biológicos naturales. Marco cría la oveja Sopravissana, elección que testimonia su idea de volver a los orígenes. Es una raza rústica pero con una leche más rica a nivel organoléptico, lo que le ha permitido redescubrir la magia de la lana. De los desechos se convierte en un producto de nicho para la elaboración de prendas de vestir por encargo realizadas con las técnicas milenarias de las damas locales apasionadas por el arte de tejer.

A día de hoy, después del Covid y con todas las incertidumbres que estamos viviendo, Marco no tiene miedo. El futuro, como demuestra en su libro, hay que mirarlo con optimismo y esperanza. Representa un estímulo. Para hacer más y siempre mejor. Después de todo, «Una yurta en los Apeninos» nos enseña que es el amor lo que mueve todo. Por la naturaleza, en este caso, que es su maestra y compañera de vida.

Gracias al autor del libro, nuestro amigo Marco Scolastici por su colaboración.